domingo, 27 de marzo de 2011

De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos

Comenzaremos esta práctica con unos datos básicos sobre la biografía de Benjamin Constant y su teoría de la libertad.


Henri-Benjamin Constant de Rebecque (Lausana, 25 de octubre de 1767 - 8 de diciembre de 1830). Filósofo, escritor y político francés de origen suizo.
Su teoría de la libertad se basaba en la posesión y disfrute de los derechos civiles, del imperio de la ley y de la libertad en un sentido amplio, confrontada en este sentido a la actividad del Estado. Abogaba por una serie de principios (entre ellos la responsabilidad individual) sin los cuales la sociedad sería un caos y la libertad, inconcebible.

"La independencia individual es la primera necesidad de los modernos, por lo tanto no hay que exigir nunca su sacrificio para establecer la libertad política. En consecuencia, ninguna de las numerosas y muy alabadas instituciones que perjudicaban la libertad individual en las antiguas repúblicas, resulta admisible en los tiempos modernos.”.
Benjamin Constant, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos", 1819.

1. Una de las libertades es la que tanto apreciaban los pueblos antiguos.
La otra es aquélla cuyo disfrute es especialmente valioso para las naciones modernas.

2. En Roma, los tribunos eran los órganos de aquellos plebeyos que la oligarquía había sometido a tan dura esclavitud, al derrocar a los reyes. El pueblo ejercía directamente gran parte de los derechos políticos. No había más que débiles vestigios de un sistema representativo. Este sistema era un descubrimiento de los modernos.
Los pueblos antiguos no podían ni sentir su necesidad ni apreciar sus ventajas. Su organización social les llevaba a desear una libertad totalmente diferente de la que nos asegura este sistema.

3. La libertad de los modernos consistía en no estar sometido a las leyes de ninguna manera a causa de la voluntad arbitraria de uno o de varios individuos. Expresaba cada uno su opinión, a escoger su trabajo y a ejercerlo, a disponer de su propiedad, y abusar incluso de ella; a ir y venir sin pedir permiso y sin rendir cuentas de sus motivos o de sus pasos, a reunirse con otras personas o a influir en la administración, entre otros.
La libertad de los antiguos consistía en ejercer de forma colectiva pero directa, distintos aspectos del conjunto de la soberanía, en deliberar, en la plaza pública, sobre la guerra y la paz, concluir alianzas, votar leyes, pronunciar sentencias, examinar las cuentas, los actos, etc.  pero a la vez que llamaban a ésto libertad, admitían como compatible con esta libertad colectiva la completa sumisión del individuo a la autoridad del conjunto. No se encuentra en ellos casi ninguno de los beneficios. Todas las actividades privadas tenían severa vigilancia. Nada se dejaba a la independencia individual, ni con la opinión o la religión. En todo ésto, la autoridad del cuerpo social se interponía y entorpecía la voluntad de los individuos.

4. En cuánto al origen, todas las repúblicas antiguas estaban encerradas en estrechos límites. 

La más poblada no igualaba en extensión al más pequeño de los modernos Estados. Estas repúblicas tenían un espíritu belicoso; cada pueblo estaba ofendiendo continuamente a sus vecinos, o se sentía ofendido por ellos.
En el mundo moderno, los más pequeños estados son incomparablemente más vastos de lo que fuero Esparta o Roma durante cinco siglos.

5. La guerra es anterior al comercio, ya que la guerra y el comercio no son más que dos medios diferentes de alcanzar el mismo fin: el de obtener lo que se desea. El comercio no es más que el reconocimiento de la fuerza del poseedor, por parte del aspirante a la posesión, el intento de obtener por las buenas lo que no se espera ya conquistar por la violencia. A un hombre que fuera siempre el más fuerte, no se le ocurriría jamás la idea de comercio. La guerra es impulso, el comercio es cálculo. Y por ello tenía que llegar una época en que el comercio sustituya a la guerra.

El resultado de estas diferencias:

- A medida que aumenta la extensión de un país, disminuye la importancia política que le corresponde a cada individuo.
- La abolición de la esclavitud ha privado a la población libre del ocio que disfrutaba cuando los esclavos se encargaban de la mayor parte del trabajo.
- El comercio, al contrario de la guerra, no implica períodos de inactividad en la vida del hombre. El ejercicio continuo de los derechos políticos, la discusión diaria de los asuntos del Estado, las disensiones, etc.
- El comercio inspira a los hombres un vivo amor por la independencia individual, atiende a sus necesidades, satisface sus deseos, sin intervención de la autoridad.

6. La consecuencia es que nosotros ya no podemos disfrutar de la libertad de los antiguos, que consistía en la participación activa y continua en el poder colectivo. Nuestra libertad debe consistir en el disfrute apacible de la independencia privada. Para nosotros, el individuo casi nunca percibe la influencia que ejerce, su voluntad nunca deja huella en el conjunto. El ejercicio de los derechos políticos tan sólo nos ofrece una parte de las satisfacciones que encontraban en ello los antiguos y el progreso de la civilización, la tendencia comercial de la época, la comunicación de los pueblos entre sí, han multiplicado y diversificado hasta el infinito los medios de felicidad particular.

- Nosotros debemos sentirnos más apegados que los antiguos a nuestra independencia individual.
- Los antiguos sacrificaban menos para obtener más, daríamos más para obtener menos.

7. El objetivo de los antiguos era el reparto del poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria, que llamaban libertad.
El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes privados, y llaman libertad a las garantías concedidas por las instituciones a esos disfrutes.

8. A Rousseau no se le atribuye principalmente el error que va a combatir; más bien a uno de sus sucesores, el abate Mably. Éste, como Rousseau y como muchos otros, confundió siguiendo a los antiguos la libertad con la autoridad del cuerpo social, y todos los medios le parecían buenos para extender la acción de esta autoridad sobre la parte recalcitrante de la existencia humana, cuya independencia lamentaba.
A Montesquieu le llamaron la atención las diferencias que se mencionan, pero no desentrañó sus verdaderas causas. Los gobiernos de hoy sólo hablan de manufacturas, de comercio, de finanzas, etc. Los políticos griegos que vivían bajo el gobierno popular no reconocían, dice, más fuerza que la virtud.

9. El poder social lesionaba la independencia individual en todos sus aspectos, sin eliminar su necesidad. La nación consideraba que no valían la pena los sacrificios que se le pedían, a cambio de una participación ideal en una soberanía abstracta.

La independencia individual es la primera necesidad de los modernos, por lo tanto no hay que exigir nunca su sacrificio para establecer la libertad política.
Ninguna de las numerosas y muy abaladas instituciones que perjudicaban la libertad individual en las antiguas repúblicas, resulta admisible en los tiempos modernos.

10. El ostracismo de Atenas descansaba en la hipótesis de que la sociedad tiene todo el poder sobre sus miembros. Éste podía tener cierta apariencia de utilidad.
Pero entre nosotros los individuos tienen derechos que la sociedad debe respetar, y la influencia individual se encuentra tan perdida entre una multitud de influencias iguales o superiores que toda vejación motivada por la necesidad de disminuirla es inútil.

11. La libertad individual es la verdadera libertad moderna. La libertad política es su garantía; la libertad política es indispensable.
Pero pedir a los pueblos de nuestros días que sacrifiquen, como los de antes, la totalidad de su libertad individual a la libertad política, es el medio más seguro para apartarles de la primera y, cuando eso se haya logrado, no se tardará en arrancarles la segunda.

12. Del hecho de que los antiguos fueran libres, y de que nosotros no podamos ya ser libres igual que los antiguos, sacan la conclusión de que estamos destinados a ser esclavos.

13. Los gobiernos que proceden de una fuente legítima tienen menos aún que antes el derecho a ejercer una supremacia arbitraria sobre los individuos. Poseemos los derechos que siempre tuvimos, eternos a consentir en las leyes, a deliberar sobre nuestros intereses, a ser parte integrante del cuerpo social del que somos miembros.

14. Los pobres cuidan ellos solos de sus asuntos.
Los ricos tienen intendentes.

15. El sistema representativo es un poder otorgado a un determinado número de personas por la masa del pueblo, que quiere que sus intereses sean defendidos y que sin embargo no tiene tiempo de defenderlos siempre por sí mismas.

Los ricos que tienen intendentes vigilan con atención y severidad si dichos intendentes cumplen con su deber, si no son descuidados, corruptos, incapaces; y para juzgar la gestión de esos mandatarios, los mandadores prudentes se enteran bien de los asuntos cuya administración confían.
Los pueblos recurren al sistema representativo, deben ejercer una vigilancia activa y constante sobre sus representantes, y reservarsee el derecho de apartarles si se han equivocado y de revocarles los poderes de los que hayan abusado.

16. La diferencia entre la libertad antigua y la moderna implica que ésta se ve amenazada también por un peligro de distinta especie.

El peligro de la libertad antigua consistía en que los hombres despreciaran los derechos y los placeres individuales.
El peligro de la libertad moderna consiste en que renunciemos con demasiada facilidad a nuestro derecho de participación en el poder político. Los depositarios de la autoridad nos animan a ello continuamente.

17. La libertad política es el medio más eficaz y más enérgico que nos haya dado el cielo para perfeccionarnos.
La libertad política engrandece el espíritu, ennoblece sus pensamientos y establece entre todos una especie de igualdad intelectual que constituye la gloria y el poder de un pueblo.
Lejos de renunciar a ninguna de las dos clases de libertad, es necesario aprender a combinar la una con la otra.

18. Las instituciones tienen que completar la educación moral de los ciudadanos. Respetando sus derechos individuales, deben sin embargo reafirmar su influencia sobre la cosa pública, llamarles a concurrir al ejercicio del poder a través de sus decisiones y de sus votos, garantizarles el derecho de control y de vigilancia a través de la manifestación de sus opiniones, y formándoles adecuadamente en tan elevadas funciones por medio de la práctica, darles a la vez el deseo y la facultad de satisfacerlas.

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